La maratón de los monjes del monte Hiei y la espiritualidad

Hay personas que son extraordinarias, que se imponen metas tan ambiciosas que entregan sus vidas por ellas. Estas personas deberían ser el modelo a seguir para el resto de los mortales, darnos ejemplo de lo que todos podemos lograr si de verdad nos lo proponemos.

 

38 400 kilómetros hasta la iluminación

Uno de los ejemplos más extremos son los monjes Tendai, una rama del budismo que encontramos en las montañas en las afueras de Kioto. Esta orden practica el kaihōgyō, que se traduce literalmente como «dar la vuelta a la montaña». Se trata de una tradición antigua basada en la idea de ofrecer tu cuerpo al Buda para alcanzar la iluminación en esta vida.

 

Cada mañana, durante 100 días, los aspirantes corren y caminan a lo largo de 30 km por las montañas cercanas, mostrando su entrega en los santuarios repartidos por todo el paisaje circundante. La mañana del día 101, tienen que elegir: detenerse y pasar a formar parte de la orden o seguir corriendo hasta los 1000 días, con un total de 38 400 kilómetros recorridos para alcanzar la iluminación. 

 

Se reparten a lo largo de siete años, en periodos de 100 días. Los días que no corren, meditan, aprenden caligrafía y cumplen con sus obligaciones cotidianas en los templos. Además de la ruta, los cantos y las oraciones que tienen que ofrecer en cada santuario, hay otras normas: no pueden pararse para beber ni comer, no pueden quitarse la túnica, el sombrero ni las sandalias de paja que llevan puestos y solo se pueden parar y sentar una vez al día. Como desafío adicional, los que deciden correr el día 101 se convierten en «buscadores» y deben quitarse la vida si no logran cumplir su objetivo. No es de extrañar que solo 46 monjes hayan logrado completar los 1000 días.

 

A pesar de las dificultades, la recompensa merece la pena para los que no tiran la toalla. Completar el kaihōgyō, y sobrevivir a los nueve días sin agua, comida ni sueño posteriores, supone convertirse en un Buda viviente, ser considerado un santo durante el resto de sus días. Al empujar al cuerpo y la mente hasta el límite de lo humanamente posible, estos monjes han dado en la clave de lo que esconde la experiencia humana. A través de la dedicación física, mental y espiritual extrema, han entregado su cuerpo, mente y alma a su devoción.

 

Lecciones de los «monjes maratonianos»

Pese a que pocos nos atreveríamos a afrontar los 38 400 kilómetros a la carrera tras conocer la historia del kaihōgyō, hay lecciones concretas que podemos extraer de las prácticas de los monjes Tendai. Son un ejemplo increíble de la belleza del esfuerzo, de lo que podemos conseguir si nos dedicamos en cuerpo y alma a algo. ¿Cómo podemos seguir el ejemplo de los monjes en nuestras vidas?

 

 

El equilibrio de mente, cuerpo y alma

 

Practicar la presencia

Una buena parte de la vida de los monjes Tendai consiste en correr y, por eso, tienen mucho tiempo para reflexionar. Practica pasar tiempo en silencio y deja que la mente siga el camino que quiera.

 

Ayúdate para ayudar a otros

El kaihōgyō se divide en dos etapas. Los primeros 700 días se dedican a uno mismo, mientras que los últimos 300 se dedican a las personas que te rodean. El objetivo es conocerse a uno mismo mejor antes de poder enseñar a los que te rodean, una lección que podemos aplicar a nuestra vida cotidiana.

 

Establecer desafíos

1000 días, e incluso 100, parecen una cantidad inasumible de tiempo. Nos parecen días y días de dolor y esfuerzo, pero al cultivar la resistencia mental extrema, los monjes son capaces de superarlo. Inspírate en ellos al establecer tus propias metas. Pueden parecer muy lejanas pero, con cada pequeño paso te acercas cada vez más a ellas.

 

Vivir de acuerdo con tus valores

Los aspirantes a los 1000 días sienten tal dedicación hacia su objetivo que han jurado morir si no lo alcanzan. (En la actualidad, se trata de una muerte simbólica). De igual modo, aunque un poco menos extremo, nosotros también podemos dedicarnos a las causas que nos gustan. Puede ser el ejemplo ideal para defender lo que creemos o luchar por lo que nos parece justo.