Con nuestras apretadas agendas, personales y profesionales, y el número limitado de horas del día, la vida moderna aprecia cada vez más las horas que pasamos despiertos y relega a un segundo plano las horas de sueño. Cada día absorbemos una gran cantidad de información, en parte nueva. El sueño es una porción fundamental de las 24 horas del día: nuestro cuerpo se recarga y se construye después de las horas de actividad y se prepara para afrontar una nueva jornada.
Lo creas o no, el sueño es un fenómeno activo y complejo. Durante el sueño, nuestro cuerpo y nuestro cerebro entran y salen de distintas fases, con varios patrones de actividad cerebral y corporal. Por ejemplo, durante el sueño, nuestro cuerpo alcanza la temperatura nuclear corporal más baja. Durante el sueño profundo, que supone el 15-20 % de una noche típica, también la presión arterial cae hasta el punto más bajo del día. ¿Por qué esta fase es tan importante? La caída de la temperatura corporal y el ritmo cardiaco permite la reconstrucción de tejidos y órganos. Por este motivo, las personas que duermen poco corren un mayor riesgo de sufrir problemas cardiovasculares y de presión arterial.
Otra fase fundamental del sueño es la fase REM (de Rapid Eye Movement) que supone el 20-25 % de nuestra noche promedio. La fase REM es donde la mayoría de los sueños se producen, pero también es ahí cuando se consolida lo que hemos aprendido durante el día y lo pasamos a un almacenamiento a más largo plazo. En definitiva, el sueño son nutrientes para nuestro cerebro y nuestro cuerpo.
Estudios recientes también han descubierto algo fascinante sobre el sueño y el cerebro. Tenemos pruebas que demuestran que la eliminación de toxinas del cerebro se produce a un ritmo muy acelerado cuando dormimos, en comparación con cuando estamos despiertos. Por la noche, el fluido cerebroespinal pasa por el cerebro a una mayor velocidad que cuando estamos despiertos. Este fluido pasa por el cerebro y se lleva consigo las peligrosas toxinas que se acumulan durante las horas despiertos, que reciben y procesan la información, y repara los daños causados por un uso cotidiano. La eliminación de estas toxinas es fundamental. Sin ella, se produciría una acumulación y, a largo plazo, podrían aparecer problemas como el declive neurocognitivo y el alzhéimer.
También sabemos de sobra las consecuencias que la falta de sueño puede tener en nuestro comportamiento. Pero ahora contamos con pruebas fisiológicas de ello. Las personas que no duermen lo suficiente tienen más activa la región «luchar o escapar» del cerebro que los que sí lo hacen. Por lo tanto, después de un sueño insuficiente, seremos más propensos a tener mal genio o a dar una mala contestación a nuestros seres queridos. Los que no duermen lo suficiente también están más deprimidos, irritables y ansiosos, tienen una menor capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva y gestionan peor las experiencias o noticias negativas. Por otro lado, cuando sí dormimos lo suficiente, estamos de mejor humor, somos más felices y podemos situar las malas noticias o sucesos en su debido contexto. Por lo tanto, somos más propensos a empatizar con los que nos rodean.
Igual que llevar una buena alimentación y hacer ejercicio, el sueño es una parte fundamental de nuestra rutina diaria. El sueño es el momento en el que reparamos el cuerpo y el cerebro después de la jornada y nos preparamos para un día nuevo. No es verdad que podamos sacrificar horas de sueño y dormir menos de 7 horas cada noche sin notar las consecuencias. Te animo a enamorarte de tus horas de sueño y aprender a encontrar el tiempo necesario para que este proceso tan fundamental tenga lugar cada noche.